miércoles, 24 de abril de 2013

EL ARTE DE LAS PALABRAS




mujer sosteniendo un texto sin soporte de papel

DECIR LO QUE SE QUIERE DECIR
Toda persona, en cualquier momento de su vida, puede aumentar su capacidad para decir lo que quiere significar. Estamos en una era que parece girar alrededor de la comunicación de ideas, un tiempo en el que uno de los mayores valores en los negocios, la política y la vida social es la capacidad de expresar las ideas clara y concisamente.

Si pensamos en ello, ¿podemos avocar cualquier perspectiva más atrayente para el sentido común, el sentido social, el sentido moral que esta: que debemos ocuparnos en formar ideas exactas y expresarlas claramente en "lenguaje?

Esta no es una habilidad que se obtiene fácilmente. Requiere atención y pensamiento, pero es muy remuneradora.

Hay cuatro preguntas que ayudan a aclarar el problema general de la comunicación-de ideas. Si las aplicamos a los casos concretos de la vida diaria, descubriremos que podemos dar a conocer claramente nuestros pensamientos para convencer a la gente que vea los hechos e ideas desde nuestro punto de vista.

  • ¿Qué es lo que queremos comunicar? (hemos de tenerlo claro en nuestra propia mente). 
  • ¿A quién? (es infantil tratar de acertar en un ojo de buey apuntando en la dirección general del blanco) 
  • ¿Cuál es el mejor medio de comunicación? (escritura, palabra hablada, fotografías, películas, ¿o cuál?) 
  • ¿Qué clase de palabras trasladarán mejor nuestro mensaje a este auditorio por este medio?
Debido a la amplitud del tema, esta entrada del Blog se limita a la comunicación de ideas por medio de palabras. Lo que he escrito aquí sirve para el lenguaje hablado y escrito, aunque se mencionara con más frecuencia el escrito.

EL ARTE DE LAS PALABRAS
Un artista de las palabras busca lucidez y melodía. Si lo que dice no se comprende claramente en su significado, entonces mejor sería que no hubiera hablado. Si utiliza un lenguaje oscuro y una construcción rígida, no solo pierde el disfrute estético que podría haber tenido al escribir, sino que repele a su auditorio.

Si alguien duda de la dificultad de la comunicación de ideas de la palabra déjenle intentar enseñarle a su hijo, sin demostración práctica, como se anuda la corbata.

Su dificultad no se debe a las reglas de la gramática o de la sintaxis. Muchos que escriben bien varían muy apurados para justificar con una regla su utilización de una u otra expresión o la construcción de una u otra frase. Claridad de pensamiento, habilidad en analizar el pensamiento que va a transmitirse, habilidad de elegir las palabras adecuadas: estas son las bases de la comunicación de ideas.

Las gentes de todas las lenguas disfrutan hablando y escuchando una charla perfecta. Los mismos principios rigen del pensamiento tanto si utilizamos un perfecto francés como un perfecto inglés o el mismo castellano.

El pensamiento por si mismo necesita palabras. Solo convirtiendo nuestros pensamientos en algún tipo de "lenguaje comprensible dentro de nuestra mente podremos evitar una comunicación embrollada. Las palabras son la única moneda en la que podemos intercambiar pensamientos, "incluso con nosotros mismos".

Por tanto, el comienzo de la comunicación de ideas es la palabra. Nuestros pensamientos nos facilitan las palabras con las que expresarnos, pero las palabras también afectan a nuestros pensamientos y ayudan a crear y condicionar nuestras preferencias en lo que estamos pensando comunicar.

Las palabras no son cosas por sí mismas, sino simplemente los nombres que damos a cosas y acciones. Nuestra habilidad de expresar ideas depende en gran medida del stock de palabras que hayamos acumulado por el ejercicio de nuestros sentidos de la vista, oído, gusto, tacto y olfato. Si los hemos mantenido vivos, registrando impresiones y hechos de nuestra experiencia personal habremos contribuido a nuestra capacidad de hacer un buen trabajo al transmitir nuestros mensajes a otras personas. Sólo cuando utilicemos palabras como símbolos de cosas conocidas para nosotros y para ellos podremos decir efectiva y significativamente lo que pretendemos decir. El tema de un poema o de una carta comercial, de un discurso ante una audiencia regia o de una anécdota sucedida en la mesa de bridge, puede haber surgido perfectamente de una experiencia individual pero las imágenes que proporcionan las palabras en las que lo decimos generalmente se sacarán de un campo mucho más amplio. Quizás la experiencia de toda la vida del escritor o el orador.

TENGA UN PROPOSITO
Desde luego, es mucho más avisado el tener algo que valga la pena decir que el hablar o escribir "superficialmente" simplemente por mantener conversación. Se ha hablado tanto sobre e1 valor de hablar en público como una forma de desarrollar la personalidad, adquirir confianza y todo lo demás, que el hecho más importante para la oratoria a veces se pierde de vista: ¿Tiene algo que decir el orador? ¿Tiene el escritor algo sobre lo que escribir?

Si no tienen un propósito, nuestras palabras son sonidos huecos. La insinceridad quita el corazón de la escritura y la oratoria. Podemos ordenar nuestros argumentos y dominar preciosas disposiciones de palabras, pero si no creemos en lo que decimos y en la necesidad de decirlo, solo somos actores.

Frecuentemente comentamos alguna frase que es un "dicho inspirado" -como las charlas de Churchill cuando la guerra o los salmos de David, o la conferencia del Doctor W. E. McNeill en el King's English cuando era canciller de la Universidad de la reina. Les llamamos "inspirados", porque suenan así. Estas personas, como los griegos detestaban la exageración y no gustaban de los adornos. Se dedicaban a ello atentamente. Sabían lo que querían decir y se preocupaban de decirlo, sincera, exacta y vívidamente, de tal forma que atrajera a las personas que deseaban alcanzar. La elocuencia al hablar o escribir consiste en esto: el autor intenta adaptar el argumento al sistema receptivo de la audiencia. Con nuestro claro pensamiento y nuestra buena elección de las palabras, ayudamos a nuestro auditorio a evitar la confusión. Por la estructura de nuestra composición protegemos a nuestro auditorio para que no confunda lo accidental con lo fundamental. Aco­plamos nuestro lenguaje a nuestro auditorio, refrenando nuestra inclinación natural a veces a fin de no ser demasiado floridos y otras veces-adornando la acostumbrada llaneza de nuestra dicción para adecuarnos a la ocasión.

Se necesita gracejo y lógica. Hemos de agradar antes de poder instruir. El orador o escritor tiene que superar la ficción que produce la preocupación, el desinterés y la falta de conocimientos.
Si lo que hemos escrito no consigue transmitir nuestras ideas claramente -y no solo esto, incluso si el lector simplemente se para en su lectura para decidir la interpretación que dará a una frase nuestra- hemos fallado en la operación de comunicarnos.

Una razón para que las cartas no transmitan al lector lo que hay en la mente del que las escriba es que nos tomamos la molestia de imaginarnos al lector sentado frente a la mesa mientras estamos dictando o escribiendo. Si estuvie­ra allí -o si nos lo imagináramos- escribiríamos lo que tenemos que decir directamente, fácilmente y sin esfuerzo ni afectación. El "ser nosotros mismos" es mucho más importante que la erudición en la comunicación de ideas.

 TRADUCIR LAS FIGURAS EN PALABRAS
Sería ciertamente pusilánime el que nos retuviéramos de toda expresión de pensamientos porque no pudiéramos hacerlos completos, finales y perfectos. Utilizando sabiamente el conocimiento que tenemos, y cuidando de elegir las palabras necesarias, podemos avanzar un largo camino por la carretera del registro de experiencias, diciendo nuestras opiniones y previendo lo que nuestra inteligencia nos induce a creer que sacaremos de ellas.

Toda palabra fue al principio un golpe de genio. Fue un sonido por el que una persona transmitió a otra una idea de algo que no estaba a la vista. Poco a poco las palabras consiguieron una nueva distinción, porque se adaptaron a la representación, no sólo de cosas ausentes sino de las circunstancias, físicas y sociales, sentimentales y psicológicas que las rodeaban. Después, las palabras se convirtieron en formas que tenían a la vez belleza y utilidad.

Solo parte de nuestro disfrute de un verso o un pasaje de prosa procede del conocimiento que da de una situación. Gran parte viene de la belleza de las palabras como modelo de sonido y ritmo. Aquí reside uno de los secretos de la buena comunicación de ideas. La belleza en una comunicación nos hace inclinarnos emocionalmente a recibirla con agrado. No todos los retóricos de 20 siglos han mejorado la concisión y rotundidad del consejo de Pablo a los colosenses, al que hace referencia con admiración el doctor McNeiTI: "que tu charla tenga siempre gracia, sazonada con sal".

Toda verdad, tanto si es una verdad comercial como científica o filosófica, puede expresarse desnuda para enojarnos por su dificultad, su oscuridad o su rudeza. Toda verdad, sin destruir su exactitud y claridad, puede hacerse apelar a nuestra sensibilidad expresándola en palabras armónicas y vivas. El escribir un tipo de prosa atractiva y potente, es una ventaja que no tiene precio en los negocios, la política, la filosofía, la ciencia y cualquier otro campo en el que el trabajo y el pensamiento de Tos seres humanos exija el intercambio de ideas. Las palabras no son cosas por sí mismas, ni tienen propiedades inmutables ni invariables como los elementos químicos. Son variables y vivas, ganando fuerza por ligeros cambios de posición, adquiriendo color como el camaleón, de las palabras que les preceden y les siguen, aumentando o disminuyendo su significado por los poderes de la melodía y la inflexión.

Coleridge, que definió la poesía como "las mejores palabras en el mejor orden" continuó diciendo que para una escritura de primera clase existe una razón no solo para cada palabra sino para la posición de cada palabra. Al leer una frase bien ordenada, el lector no sufrirá sobresaltos o paradas. En el lenguaje de hoy, despegará, hallará el objetivo, terminará el vuelo y aterrizará.

El escritor es la persona de la torre de control, que tiene ante él la vista de toda la situación. Si puede mirar lo que está escribiendo como si fuera a ser la persona que va a recibirlo, descubriría lo que debe decirse, hallaría las palabras mejores para decirlo y descubriría cualquier inadecuada de fondo o de forma.

La finura del estilo no surge necesariamente de la agilidad verbal. Escribir bien, incluso escribir claramente, utilizar palabras tan reales y simples que no opongan obstáculo alguno al flujo de pensamientos y sentimientos de mente a menta; estas son virtudes enraizadas en algo más profundo que las acrobacias con las palabras. Una vez que el lector reconoce un escrito como inventado, el propósito del autor sufre deterioro o por lo menos se enfrente con un obstáculo formidable. Un esfuerzo evidente tras el "estilo" es ridículo.

De nuevo -como en otras muchas actividades de la vida- invocamos la ley de la media dorada. Entre la verborrea de la persona parlanchina que es demasiado perezosa para soportar la fatiga de una estructura pensada, y el que realiza una escritura "fina" plena de adornos y delicadeza, hay una forma de escribir que cumple el propósito de la escritura: transmitirnos cosas útiles.

La simplicidad es una buena vía en el camino del medio. Casi todos los ejecutivos comerciales pueden repasar las copias de las cartas del mes pasado de su oficina y las oficinas de sus subordinados y hallar muchas que emulan este informe de noticias que se comentó ampliamente en una edición del Scientific Monthly. En lugar de decir que un lesionado tenía los dos ojos negros, decía:

"Tema hematoma periorbitario bilateral y hemorragia subjuntiva! izquierda". Cuántas veces una afirmación tan sencilla y clara como "la prisa representa pérdidas" se convierte por obra y gracia de alguno que escribe una carta en lo que cree que está más de acuerdo con el prestigio de su posición: "la precipitación significa negación de la economía".

La simplicidad puede perderse por hacer explicaciones más técnicas y más detalladas de lo necesario. El dicho escocés viene al pelo:"¿Por qué construir el puente mucho más ancho que la carretera?". Toda palabra que pueda ahorrarse en un escrito es perjudicial si se deja en él, pero esto no significa que aboguemos por la forma telegráfica de escritura. Una cosa aparentemente superflua puede formar parte de la gracia necesaria o del atractivo necesario de la composición. Entonces, esta palabra no es evitable.

CONCRETO Y PRECISO
A pesar de los recursos de nuestro idioma en cuanto a claridad, belleza, expresión clara y diferenciación de significados, hay personas que escriben sus cartas e informes de una forma inteligible, pomposa y totalmente pesada. Las cosas sencillas se hacen complejas y las cosas complejas se hacen totalmente incomprensibles.

Los escritores cuidadosos evitan palabras "maleta", cargadas con una carga completa de significados. El empleo de palabras generales en lugar de particulares o de palabras abstractas en lugar de concretas, puede economizar procesos de pensamiento del escritor. No nos preocupemos aquí de evitar el trabajo de pensamiento del escritor, sino de la comunicación de ideas y esta se ve obstaculizada si el lector ha de deducir el significado de una comunicación por medio de un cuidadoso análisis y clasificación de la misma.
Sir Arthur-Quiller-Couch dice en este libro "sobre el arte de escribir":
"Mientras prefiera palabras abstractas, que expresen conceptos de cosas re­sumidas por otras, a las concretas que estén tan próximas que estén al alcance de las cosas mismas y sean material de primera mano para sus pensamientos, seguirá siendo como mucho, un escritor de segunda mano".

El ser concreto, significa que un escritor puede dar un aire de informalidad a asuntos básicamente formales, contribuyendo así a su comprensión. El poeta Horacio, poeta clásico campesino, tenía esta forma de escribir. No hablaba de amor, sino de una muchacha en particular, ni de la vida austera de la antigua Italia, sino de hijos llevando leña; ni de tranquilidad, sino de ovejas en la orilla del río sin un soplo de viento.

La fuerza de las palabras correctamente elegidas es muy grande, pero no queremos enfrascarnos en el estudio de las palabras hasta el punto en que discutamos con nuestros amigos sobre los tecnicismos del lenguaje. Este tipo de aflicción literaria es muy pesado para los que se preocupan de los pensamientos y la comunicación de los mismos.

Otra cosa diferente es el ser escrupulosos dentro de nosotros mismos, para definir nuestros términos de forma que sepamos en lo que estamos pensando ya lo que se refieren nuestros pensamientos. Esta es la forma para que una persona que busque sinceramente mejorar la comunicación de ideas agudice las palabras romas y repare sus bordes afilados o decida desecharlas y conseguir otras nue­vas.

Cuando el zapato está en el otro pie -cuando se recibe un escrito oscuro- el reproche más afectivo no es una diatriba sobre las faltas del escritor, sino una simple afirmación: "No lo entiendo: ¿Qué quiere decir?". Esto deberá despertar realmente al ofensor de su sueño intelectual crepuscular y al mismo tiempo alcanzar el propósito del lector, que es comprender.

Un párrafo que ilustra la necesidad de precisión y exactitud puede hallarse en el útil libro de Kenneth S. Kayes "como desarrollar su capacidad de pensamiento". Este autor señala que la palabra "pero" puede parecer una palabra simple para la mayoría de la gente pero los animales rotulados con la palabra genérica "perro" van desde "esos pequeños puñados de raza canina como el Chihuahua mejicano a los tremendos Daneses. Los perros van desde unos animales pacientes y cariñosos... hasta los belicosos Gozques que probablemente sueñan en aventuras tan deliciosas como el seleccionar las yugulares humanas".

Es divertido y conveniente, jugar con alguna palabra utilizada descuidadamente en una carta que se recibe. Tomamos la palabra "perro" por ejemplo: ¿el perro de quién? ¿Qué clase de perro? ¿El corresponsal escribe sobre ese perro hoy o el perro es como era ayer o el año pasado? ¿Qué dice que hizo el perro?, por mi experiencia del que lo escribe, de Tos perros en general, de los perros de esta clase y de este perro en particular ¿creo lo que afirma el escritor?

Ahora sustituyamos la palabra "contrato" o "pedido" o "maquina" por la palabra perro y aparecerá el objeto práctico del juego. Con esta práctica se aclararían muchas obscuridades y quizás aprenderíamos a no tener miedo de ser sencillos y pedir simplicidad. En nuestra propia escritura debemos dejar de seguir la lógica de Sancho Panza en "Don Quijote de la Mancha": "Si no me entiende, no me extraña que mis frases parezcan sin sentido".

ECONOMÍA DE PALABRAS
No existe mayor ayuda para la claridad que una discreta economía de palabras, desde luego, siempre que se utilicen las palabras correctas. No deben emplearse circunloquios cuando puedan servir palabras solas y no debemos atiborrar las frases necesarias con palabras Otiles. Aristóteles señalo en su gran tratado "la poesía" que todo aquello cuya presencia o ausencia no constituye una diferencia apreciable no es parte esencial del conjunto. El arte en la escritura como en la escultura con frecuencia consiste en la eliminación de lo superfluo.

Si decimos lo que tenemos que decir, lo que deseamos decir, de la forma más simple, directa y exacta posible, sin exceso de palabras y sin una construcción nebulosa para oscurecer el cuadro, estamos en el buen camino hacia la eficiencia en la comunicación de ideas.

LA SELECCIÓN DE PALABRAS DEBE SER PRINCIPALMENTE PARA LA CLARIDAD DE EXPRESIÓN:
¿Dicen de forma inequívoca lo que tenemos idea de decir? Debemos recordarnos con frecuencia que las palabras son etiquetas. No tiene gran importancia la longitud que tiene yarda, o cuánto pesa una libra, o que cantidad de liquido compone un galón. Lo que es realmente importante es que todos debemos decir la misma cosa cuando hablemos o escribamos sobre una yarda, una libra o un galón, o que señalemos la diferencia de significado. Un ejemplo de la confusión producida por el hecho de que a veces dos cosas pueden rotularse de la misma manera y sin embargo tener cualidades diferentes lo proporciona la palabra "galón". En Canadá, el galón contiene 160 onzas de líquido, mientras que en los Estados Unidos tiene sólo 123. Por otra parte, las cosas pueden tener nombres diferentes y ser lo mismo: como "gasolina" en Canadá y petróleo en Gran Bretaña.

Añada a estas dificultades el hecho de que las palabras toman significados secundarios y significados personales en el uso diario y comenzará a comprender por qué la persona que quiere comunicar las ideas con éxito necesita gran cuidado.

Cualquiera que sea la virtud estética que haya en la literatura y el lenguaje, la primera preocupación del estudio del lenguaje en las escuelas y universidades ha de ser preparada a los alumnos para tener y comunicar ideas, buscar la mejor forma de expresar una idea para compartirla con los demás o para alcanzar el-fin deseado. Pero el estudio del lenguaje no termina con la época escolar. Una persona debe revisar sus hábitos de lenguaje de vez en cuando para mantenerse al día con lo que exige la vida y la costumbre y también la necesidad. En el lenguaje, como en todo lo demás, el cambio de materiales está a la orden del día. La realidad de la vida es un proceso que implica un cambio continuo y esto exige cambios en el .lenguaje para adaptarlo a las nuevas condiciones.


DOS PREGUNTAS CLAVE
El lenguaje significativo, dice el doctor Wendell Johnson en "personas dudosas" un libro que trata de la semántica del ajuste personal, es claro y concebido para ser exacto o válido. "Está continuamente regido por dos grandes preguntas:
¿Qué quiere decir? ¿Cómo lo sabe?
Cuando utilizamos lenguaje debemos de preocuparnos de su principal objetivo: Juntar y transmitir ideas. Algunas personas, quizás lectores de este blog, escribirán ensayos que, debido a las ideas que transmitan, se leerán dentro de cien años, otras escribirán cartas comerciales que, debido a su pensada manipulación de los hechos y su clara presentación de planes afectarán a la vida comercial de este país.

La única forma de alcanzar la fase de la perfección es practicando la escritura, pero no hemos de establecer normas irrealmente elevadas. La necesidad de llegar "arriba", de batir records, de hacer algo más grande y mejor -como escribir la gran novela canadiense-.Todo esto forma parte de nuestra era. El alcanzar la luna, representa una característica de nuestra sociedad. La persona avisada estará contenta si su escritura de cada día se reconoce como adecuada, exacta y clara.

 



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Muchas gracias por aportar su comentario.